Lucas, de Julio Cortázar



Toda repatriación es agradable en principio, pues patria y repatriado congenian naturalmente. Sin embargo, si a usted lo repatrian o repatrían sin consulta previa, ¿estará satisfecho? Se abre aquí una duda, pues no siempre repatriante y repatriado están de acuerdo, y una repatriación forzada podría, al producirse un brusco contacto con la patria, crear un sentimiento antipatriótico e incluso apátrida en el repatriado, pues repatriar de oficio a quien estaba lejos de la patria suscita en ocasiones una reacción que bajo otras circunstancias no se hubiese traducido en un antipatriotismo que parece estar en las antípodas de esa relación entre la patria y el repatriado y que debería unirlos para siempre bajo la forma de patriotismo. Será por eso, piensa Lucas, que en algunos sujetos termina por manifestarse un patriotismo que asume para sorpresa general la forma de un sentimiento de antirrepatriación, cosa que perturba a esos patriotas que jamás imaginaron ser expatriados y todavía menos repatriados. Cuando la antirrepatriación alcanza el nivel ofensivo de la contrarrepatriación, cosa que se ha dado algunas veces, la patria no sabe qué hacer por intermedio de sus patrióticos gestores, y hay palidez y congoja en más de cuatro consulados y un triste agitar de pasaportes vencidos y otras boletas de compra y venta. En ocasiones los expatriados quisieran explicar lo que estiman un punto de vista genuino patriótico, pero los cónsules de la patria, ellos mismos sumamente patriotas como se les exige con razón y abundantes decretos, terminan por suspirar apesadumbrados. El expatriado que tiene conflictos con la repatriación hace lo mismo, y las oficinas consulares parecen una playa llena de focas resoplantes. Todo eso no importa, hay quienes piensan que algún día iremos y vendremos como se nos dé la gana, y que la palabra repatriación (es decir la palabra expatriación y su contraparte forzosa) se marchitará en el diccionario cerca de palabras tales como paracresis, perucho y ectima.


Point of Contact, Nueva York, vol. IV, nº 1, otoño-invierno de 1994.


Lucas, sus palabras moribundas, en 'Papeles inesperados'.

Así empieza: El hombre de los dados



«Soy un hombre alto, con manos de carnicero, enormes muslos como robles, cabeza con grandes mandíbulas, y gafas de culo de botella. Mido un metro noventa y tres centímetros y peso ciento cuatro kilos. Me parezco a Clark Kent, excepto por el hecho de que cuando me quito el traje apenas soy un poco más rápido que mi mujer, sólo soy un poco más fuerte que los hombres que tienen la mitad de mi tamaño y porque, dé los saltos que dé, ni de lejos salto edificios.

Como atleta soy excepcionalmente mediocre en todos los deportes importantes y en varios que no lo son. Juego de manera arriesgada y funesta al póquer, y en la bolsa soy algo así como prudente y competente. Me casé con una mujer bella que había sido animadora y también vocalista de un grupo de rock, y tengo dos hijos encantadores, no-neuróticos y del todo anormales. Soy profundamente religioso, soy el autor de Desnudo ante el mundo, una novela pornográfica adorable y de primera clase y, no soy, ni nunca lo he sido, judío.»

El imitador, por Jodorowsky



Un hombre comienza a perder la vista. Antes de entrar en la sombra memoriza todo lo que hay en su pieza. Estudia los textos, las ilustraciones y la ubicación de los libros en la biblioteca. Cuando ya está ciego, invita a gente y haciéndose el que ve les muestra su cuarto. Ofrece sillas, abre tomos, lee en voz alta, describe grabados, fabrica cócteles. Su simulación es perfecta, pero olvida encender la luz y sus visitas asisten a esa comedia en la oscuridad.
¡Arriba!