Arthur Miller, Einstein y Picasso



Las señoritas de Avignon son problemas desnudos, números blancos sobre la pizarra. Es el planteamiento del principio: pintura = ecuación. En lo sucesivo, la pintura se convertirá en una ciencia, y no de las menos austeras.

...de André Salmon

El séptimo número primo



«Tengo diecisiete años y estoy loca. Mi tío dice que ambas cosas van siempre juntas. Cuando la gente te pregunte la edad, dice, contesta siempre: diecisiete años y loca.»

Fahrenheit 451

Jung on Evil



¿Es la droga LSD como la mescalina? Tiene ciertamente efectos muy curiosos, de los cuales sé bien poco. Tampoco sé de su valor con pacientes neuróticos o psicóticos. Sólo sé que no tiene mucho sentido desear saber más sobre el inconsciente colectivo de lo que uno ya recibe a través de los sueños y de la intuición. Cuanto más sabes de él, mayor y más pesadas se vuelven tus obligaciones morales, porque los contenidos del inconsciente se transforman en tus tareas y deberes individuales desde el momento en que se convierten en conscientes. ¿De verdad deseas aumentar tu soledad y los malentendidos con los demás? ¿Deseas encontrar cada vez mayores complicaciones y responsabilidades? Ya tienes bastante con las que tienes ahora. Si alguna vez pudiera decir que ya he hecho todo lo que sé que tengo que hacer, entonces quizás tendría una necesidad legítima de tomar mescalina. Pero si la tomase ahora, no podría estar seguro de no haberla tomado sólo por curiosidad ociosa. Odiaría la idea de haber tocado la esfera desde donde se hacen los colores que pintan el mundo, donde se crea la luz que hace brillar el esplendor de la madrugada, las líneas de todas las formas, el sonido que llena las órbitas, el pensamiento que ilumina la oscuridad del vacío. Hay algunas criaturas empobrecidas, quizás, para las cuales la mescalina pudiera ser un regalo divino sin efectos secundarios, pero soy profundamente escéptico de los "regalos de los dioses". Se suele pagar caro por ellos.

Carl Jung (1875 - 1961)

Dato biográfico, de Ángel González


Cuando estoy en Madrid,
las cucarachas de mi casa
protestan porque leo por las noches.
La luz no las anima a salir de sus escondrijos,
y pierden de ese modo la oportunidad
de pasearse por mi dormitorio,
lugar hacia el que, por oscuras razones,
se sienten irresistiblemente atraídas.
Ahora hablan de presentar un escrito
de queja al presidente de la República,
y yo me pregunto:
¿en qué país se creerán que viven?
Estas cucarachas no leen los periódicos.

Lo que a ellas les gusta
es que yo me emborrache
y baile tangos hasta la madrugada,
para así practicar sin riesgo alguno
su merodeo incesante y sin sentido,
a ciegas por las anchas baldosas de mi alcoba.
A veces las complazco,
no porque tenga en cuenta sus deseos,
sino porque me siento irresistiblemente
atraído por oscuras razones,
hacia ciertos lugares muy mal iluminados
en los que me demoro sin plan preconcebido
hasta que el sol naciente anuncia un nuevo día.

Ya de regreso en casa,
cuando me cruzo por el pasillo
con sus pequeños cuerpos que se evaden
con torpeza y con miedo
hacia las grietas sombrías donde moran,
les deseo buenas noches a destiempo
—pero de corazón, sinceramente—
reconociendo en mí su incertidumbre,
su inoportunidad, su fotofobia,
y otras muchas tendencias y actitudes
que —lamento decirlo—,
hablan poco en favor de esos ortópteros.


¡Arriba!